Seguro que si leiste un paseo por el supermercado te hizo reflexionar sobre nuestra actitud cuando vamos a hacer la compra y sobre lo que las marcas nos intentan vender sobre sus productos con propiedades «mágicas» para nuestra salud.
¿Pero sabes quién hace la compra realmente bien?… ¡un orangután!, creo que todos deberíamos ser un poco más orangutanes en el supermercado, pero para que sepas a que me refiero, hoy comparto con vosotros otro artículo, casi un cuento diría yo, que ha escrito nuestro amigo Willie.
Espero que lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo 🙂
Un orangután en el supermercado
De vuelta al supermercado de excursión, por lo bien que lo pasamos en su día, no he hecho más que entrar que, antes de poder abalanzarme sobre el 2×1 en cruasanes integrales, me he encontrado con que ¡hay un orangután delante de mí! Sí, con un cesto de la compra. Lo curioso es que nadie repara en él, de modo que, o estoy soñando o la gente está ciega. Creo que me decanto por lo segundo, dado que todos van leyendo el folletín de las ofertas en bebidas, la etiqueta de los últimos yogures mágicos o bien pensando en algo que les hace salivar mientras rebuscan los bollos más jugosos.
Bueno, como estoy algo aburrido, que para eso he venido aquí a entretenerme, he decidido seguir a este curioso animal, por ver sus actitudes como cliente.
Empieza por el stand de la fruta, y se lía a coger naranjas, kiwis, mangos, papayas, plátanos macho, bayas variadas, ciruelas y más frutas que ni sé los nombres. Hago lo mismo. Me encuentro bien. Me mira y me pregunta qué tal. Estoy atónito, pero no quiero quedar mal, así que contesto. Me contesta. ¿?¿? Empezamos una charla acerca de la alimentación, algo breve, y él me explica en seguida que las frutas las busca porque sabe, de forma inconsciente, cuáles son las más nutritivas. Me cuenta acerca de la vitamina C de todas ellas, de cómo se come las naranjas con cáscara porque es donde están la mayoría de las sustancias más poderosas en la lucha contra el cáncer y enfermedades crónicas. Papayas llenas de carotenos y con la enzima papaína. Ciruelas jugosas y con fibra. Poderes ocultos en las antocianinas de los arándanos, y propiedades inherentes a todas ellas que vienen con nombres (no declarados en su lista de ingredientes particular) como indoles, polifenoles, procianidinas, catequinas y mil cosas más que se me pierden por desconocer del todo el dialecto orangutanés (además el tío es de la parte más boreal de la isla de Sumatra, de no sé qué zona pantanosa, con lo que su entonación se me hace más difícil al oído…). Incluye en su compra una bolsa de aguacates. ¡Dice que es fruta! Ante mi interrogante aumenta mi perplejidad cuando añade que va por más fruta y se carga de pimientos rojos bien oscuros, pepinos, berenjenas, calabacines, limones y tomates. ¿Fruta? Este animal no sé dónde ha estudiado, aunque dudo que de frutas y verduras haya nadie en el local… en la ciudad… en donde narices sea que haya alguien, que sepa más que él. Unas olivas negras secas al sol encumbran su lista de frutas a comprar. Mejor me callo; por no mostrar mi ignorancia. A fin de cuentas, en el instituto estudiábamos que fruto es todo órgano vegetal producto de la fecundación de una flor y que contiene las semillas de una nueva planta. Imagino que de nuevo las palabras nos engañan.
Ahora ataca la zona refrigerada de las verduras, y me explica cómo las hojas verdes le dan proteínas, magnesio, y una plétora de nutrientes insuperables mediante ninguna mejora técnica. Habla de lechuga, y no se coge una iceberg blanquita y sin sabor, no: se lía a apilar un montón con las variedades de hoja de roble, romana, escarola y lollo rosso. Endivias, radicchio, canónigos, rúcula, berros y espinacas caen en su cesto también. Me pide un euro prestado; lo coge y se va por un carrito. Vacía la cesta en él y sigue… avanzando por las estanterías de vegetales. ¡Hale! ¡Venga brécol! ¡Venga repollo! Coge coliflores, lombardas, berzas… no para. Me habla de los sulforafanos de las crucíferas y su cruzada contra el cáncer. Hago como que le entiendo, y cojo de lo mismo. Sonríe. Ahora se lía a coger nabos, rábanos, zanahorias y remolacha. Habla de sus maravillosas propiedades. Que si la zanahoria tiene carotenos… que si la remolacha betalaínas… Es un sabio este simio. Las lechugas, escarolas y espinacas no acaban con su lista de hojas, así que se aferra a unas acelgas, añadiendo sin inmutarse tallos como los puerros y apio, flores como las alcachofas y más raíces, como el apionabo. Me trae loco.
Dice que se va. ¿¡YAAAA!? Desde luego no lo digo por el volumen de su compra, que es brutal, pero ¿sólo DOS grupos de alimentos?
Antes de pasar por caja coge mitad de cuarto de anchoas, lo mismo de langostinos antes de adentrarse en el pasillo de frutos secos y snacks. Por fin, algo de picoteo. No lo entiendo. Sólo coge nueces, avellanas, almendras y unas semillas de calabaza ¡sin tostar ni salar! Todo crudo y soso. Me cuenta algo acerca de los ácidos grasos esenciales, sus funciones y esencialidad. Me da a probar una nuez de brasil; ¿de qué selenio me habla?
Llega a la línea de cajas. Un pastón; claro que, la tía de las pizzas, el chuletón y los postres lácteos funcionales que iba delante de nosotros se ha gastado lo mismo y no le llegaba ni a un tercio del carro. Nosotros vamos a tope. La cajera no sabe cómo se llama ni la mitad de los vegetales y no los encuentra fácilmente en su hoja de ruta. Normal, no está acostrumbrada a esos molestos productos que ni llevan código de barras ni lista de ingredientes impresos.
Le pago la compra en señal de amistad. Me devuelve un guiño. Se va saltando más ágil que nada que yo haya visto jamás. Se va zampando las anchoas mientras mordisquea las endivias. En crudo.
Me voy a casa.
Creo que ése sí que sabía. ¡Y no me ha dado el número de su móvil!
Artículo de Willie
Ya sabes, a partir de ahora a ser un poco más orangután 😀
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